Es una obviedad afirmar que el mundo ha cambiado más allá de lo que nadie podía imaginar. Nadie niega tampoco que el mundo del trabajo, y el de las organizaciones empresariales, no son en absoluto ajenos a este cambio evidente.
Hasta hace pocos años, en plena época de bonanza económica, el modelo de relación entre empleado y empresa se basaba en la exigencia de un colaborador plenamente entregado a la organización, obediente y que trabajaba por un simple salario con dedicación, a cambio de la seguridad del empleo de por vida que ésta le ofrecía.
Hoy en día se pretende que se acepte con naturalidad que los empleos ya no son para toda la vida, que la empresa sólo mantendrá la contratación del empleado en tanto le resulte plenamente rentable o convenga a sus intereses. Se pretende en suma que cada uno acepte que es absolutamente prescindible. Por otro lado se siguen queriendo empleados abnegados, entregados plenamente a su organización mientras pertenecen a ella, que la amen o actúen al menos como si lo hicieran, mientras se ajustan sus condiciones con criterios propios de los orígenes del Liberalismo.